jueves, 1 de diciembre de 2011

Cigarrillo

Estaba seguro de que tarde o temprano iban a volver. Son como en esos momentos en los que uno se retuerce en su propia mente viendo lo inminente llegar. Ya no tenía noción del tiempo ni relojes a los cuales acudir. Sólo ese lugar. Ese farol.
Como siempre, me dispuse a calentar agua y a buscar la yerba por algún lado para poder preparar un rico mate. Siempre a los chicos les gustaba tomarlo amargo y mejor así, ya que no cabía la posibilidad de azúcar dentro de él. Al agua le faltaban unos instantes de fuego, por lo que me dispuse a poner la yerba dentro del mate. Lo llené hasta casi la tres cuarta parte y luego lo incliné dejando el contenido en diagonal. Una vez lista el agua, la vertí por el costado bajo del recipiente y luego de unos segundos metí la bombilla. Continué metiendo líquido pero esta vez por el objeto recientemente agregado y la yerba se mantuvo intacta en la parte de arriba. Habiendo terminado, me decidí a tomar nuevamente y a disfrutar de otro momento de soledad.
Mientras tomaba, miré hacia los costados. Nadie iba ni venía de la carretera. Ya se me había hecho costumbre que me acompañaran sólo esas vallas a los lados del camino. Era siempre lo mismo. No podía salir de ahí ni volar. Faltaba algo de destino pero sobraban burlas incomprensibles. Pero estaba seguro de que tarde o temprano iban a volver.
Mis penas se medían entre mates solitarios y falta de memoria. No sé cómo llegué ahí.
Creí que otro día había pasado. ¿Tan sólo uno? No estaba demasiado seguro. Preparé lo mismo de siempre y me dispuse a sorber más y más. Algunas imágenes se vinieron a mi mente. Eran borrosas y no podía esclarecer los recuerdos. No me preocupé demasiado ya que no me servirían de mucho. Di un largo sorbo y dejé el mate. Me detuve un momento a pensar en las ilusiones fusiladas. ¡Cuántos fideos! Caras y charlas divagaban ocultamente detrás de algún uniforme. Nos escondíamos hasta dentro de nuestra propia cabeza. ¡Cuántos centavos!
Hubiera jurado que otro día había pasado. ¿Apenas uno? Me preparé un mate y tomé. Cada sorbo parecía jugarme una mala pasada. El mate ya no era amargo sino denso. Más imágenes se me vinieron a la cabeza. Esta vez más claras. Cada yerba era un recuerdo perdido, olvidado de forma cómplice. Me di cuenta que era no querer hacer memoria, que es peor. Me reproché estar a punto de ceder a la cabeza y tomé otro sorbo de mate.
Algo se acercaba, estaba seguro. Los momentos atormentaban mi cerebro con más intensidad entre cebadas. Vi las caras en la casa. Estábamos todos juntos nuevamente. Quique, Rodolfo, Julio, Roberto, Charlie y yo. Otra vez compartiendo debates, mates, facturas e ilusiones. Ya habían pasado 5 años que trabajábamos en esa fábrica y la patronal esporádicamente subía los sueldos a costo de condiciones laborales peores.
Durante los primeros años nos hicimos amigos entre máquinas y sudor. Coincidíamos en el descanso y solíamos comer lo que lleváramos y charlar de nuestras vidas. Nos contábamos cada vez más intimidades hasta que se terminaron y tomamos confianza para quejarnos del trabajo. Los temas recurrentes siempre eran los sueldos, las horas de trabajo y el excesivo esfuerzo junto con el maltrato de los patrones. Los verdaderos problemas aparecieron cuando comenzamos a pensar una forma de reclamo por mejores condiciones obreras. Nada volvió a ser lo mismo. Recordé entonces en lo que se había convertido la casa.
A la lejanía avisté dos siluetas caminando errantemente. Debajo del farol, la oscuridad alrededor se intensificaba y no me permitía distinguir quiénes eran. Mi corazón algo me decía, se aceleró. Sentí que una larga espera se terminaba. ¿Eran ellos, finalmente? Ellos… Si. Recordé. Los comencé a ver claramente. Eran Roberto y Charlie. También advirtieron mi presencia etérea y se sorprendieron. Me dispuse a toda prisa a preparar el agua para el mate y compartir al menos unas últimas cebadas. Una adrenalina me subió hasta el cuello pero algo andaba mal. No era yo el que estaba ahí. Pareciera que nunca hubiera sido.
Puestas las sillas y preparado todo para disfrutar de la yerba amarga, no pude evitar en mi mente, creí, divagar por unos intensificados recuerdos nuevamente. Éstos no me pertenecían. Nada podía pertenecerme ya. Ellos allí no estaban. Eran los espejismos de algo que no podía dilucidar. Les pregunté, con algo de reproche, por qué habían vuelto. La verdadera pregunta creo que debería haber sido qué hacía yo ahí. ¿Estaba ahí? Podía ver, sentir, tocar. Entonces sí, estaba. ¿Pero estaba? Ellos me veían, me oían. ¿Pero estaba ahí?
Antes de que me diera cuenta se habían levantado y yo con ellos. Sentí como lentamente me volvía la sombra que los acompañaba nuevamente. Habían vuelto para recogerme.
Pero una nueva silueta se formaba. Allí estaba Rodolfo, más adelante. Me miró y con sorpresa se mantuvo así. Pero no podía ser. ¡Rodolfo!
¿Eras vos?
Con toda la incertidumbre invadiendo como termitas mi ser lo seguí mirando mientras se desvanecía. Antes de irse me preguntó:
- ¿Por qué estamos acá? ¿Estamos?
- Es que no estoy seguro. Me siento a la deriva, perdido totalmente en el tiempo que se burla en mi cara. Como si la misma ironía se hiciera presente delante de mis ojos y me abofeteara.
- Algo no está bien, Rodolfo… ¡Tenés que decirles!
Tras su desesperación, se incorporó a la oscuridad. De torpe, al querer rescatarlo del olvido, tiré todas las piezas de ajedrez al demonio con el codo derecho. ¿Qué tenía que decirles? Tanto tiempo moviendo alfiles que me perdí de algo, de eso estaba seguro. Me sumergí en la memoria quién sabe cuánto tiempo, jugando conmigo mismo y desafiándome sin cesar. Pero, casi como si Facundo hubiera tenido un efecto sobre mí, comencé a recordar.
La noche estrellada se desplegaba alrededor de la casa. Estábamos los seis allí. Julio, nervioso y furioso, diciendo que era necesario intensificar los reclamos, radicalizarlos. El “Negro” Quique, afirmando que tal vez había que esperar ya que los obreros de la fábrica no tenían apoyo de los centros de organización. Roberto, reflexionando acerca de las consecuencias inmediatas de forzar otra huelga politizada en una fábrica privada respaldada por el Estado. Facundo intentando calmarnos a todos con mates y observaciones críticas. Charlie convencido de que directamente no era el momento de tomar los medios de producción mientras sostenía y apoyaba sus creencias en libros con su mano izquierda. Yo, convencido que manteniéndonos en clandestinidad como agitadores de la huelga nunca podríamos cobrar la fortaleza necesaria aunque sabía que eso podía ser directamente fatal para todos.
Esa noche aguardábamos la llegada de compañeros. Estaban retrasados. Nunca llegaron. Recordé que la esposa de Julio había sido asesinada bajo fusil.
Veía en ese momento las cosas más claras. Ya debía haber pasado mucho tiempo y era hora de que volviéramos. ¿En busca de qué? Me faltaba ver más. De algo estaba seguro: No quedaba nada en aquella casa ahora; sólo más recuerdos.
A veces los recuerdos parecen tener la torpeza de hacerse presentes, vivos. Se especializan en sumergirnos a una oscuridad actual y tragarnos en el tiempo ridículamente. Sin embargo, ahí están. Juegan con nosotros, nos hacen dudar de nuestros caminos. La carretera nunca se vio tan olvidada. Nadie iba ni venía. Allí estaba solo y rodeado de recuerdos. Parecía que querían acariciarnos como un placebo cruel en el rostro. Nos conforma pero nos impide seguir. No tenía a nadie, ni siquiera a mí mismo. Pero allí estaba. ¿Estaba? Como fuera, me rodeaban memorias fugaces pero tenaces.
Crueles son los detalles, asimismo. Imperceptibles en la multitud pero fatales para el ojo observador. Nos dicen mucho más que la palabra desnuda. El más elaborado discurso siempre tiene un detalle. El más elaborado crimen siempre tiene al menos un detalle. Siempre tiene todo. El detalle es más que todo. Pero, ¿Quiénes son los detalles ante uno? Debería tenerse cuidado cuando se los busca, porque podemos ser víctimas de nuestro propio engaño y encontrar algunos insignificantes y hacerlos válidos. En ese momento, estamos perdidos. No existe anestesia que calme al caballo salvaje cuando ya galopea libre como no existe mentira más verdadera que la incoherencia. Pero, así como los detalles, la incoherencia es relativa. Entonces, ¿Qué es un detalle? Es entonces un recuerdo. Podemos notar al primero sólo si lo conocemos de antes, si por lo menos oímos de él. Pero todo siempre nos remite a lo empírico. Pero si el detalle puede ser una mentira, ¿Puede el recuerdo también?
A la lejanía avisté dos siluetas caminando errantemente. Al lado de la mesa, la oscuridad alrededor se intensificaba y no me permitía distinguir quiénes eran. Sentí que una larga espera se terminaba. ¿Eran ellos? Si. Recordé. Los comencé a ver claramente. Eran Roberto y Charlie. Apenas me vieron se me hicieron familiares una vez más. Ya habían pasado por esto. Otro mano a mano se aproximaba y esta vez las lenguas ya estaban calientes. Roberto se sentó frente a mí y Charlie a un costado. El gordo no tardó en lanzar el primer cartucho. Sentí como si estuviera en un río dejándome llevar. Ya no me pertenecía. Mi voz se me extravió de la mente y no fui más. ¿De qué carta me hablan? ¿Me están hablando? ¿Qué hago acá? Pero qué pregunta. Juego al ajedrez, nada más. Nada más. Nunca más. Las piezas se movían solas. El dejà vú siguió su curso y todo fue como siempre.
Fue entonces cuando le vi la cola al dragón. ¡Tenés que decirles! Recordé. La casa y nosotros. La casa sin nosotros. Pero ya no hay nada allí. Si yo lo sabía, ellos también. O ahora iban a saberlo. Ahora Recordarían.
Sin más se levantaron. Tras sufrir un jaque mate el cerebro se nos entumeció y no había razón para permanecer allí. Estaban advertidos. Pero faltaba algo. Algo había en esa casa y no era nada bueno. No estaba allí pero los esperaba. A cada uno de nosotros.
Una nueva silueta se formaba más adelante. Allí estaba Quique. Me miró y se mantuvo estupefacto. Esto se me hacía familiar. ¡Quique!
¿Eras vos?
Rodolfo no paraba de mirarme con desesperación. No tardó en gritarme:
- ¡Quique, sos el único que queda! ¡Si vos no los parás, entonces van a llegar!
- ¿El único que queda? ¿Parar a quién? ¿Rodolfo, sos realmente vos? – Me extrañé, casi como si recién despertara de un largo sueño.
- Todavía estás vivo, Quique. Antes de ser uno más, tenés que advertirles.
Luego de un ademán frustrado, se incorporó a la oscuridad. La escena se me hacía raramente familiar.
Allí estaba, sólo. Una ruta se me hacía presente conocidamente pero no comprendía qué hacía allí. De repente aparecí, como oculto detrás de una sombra. Mi presencia aquí significaba algo, pero no dilucidaba qué. Muchas imágenes no tardaron en atravesar mi cabeza. Tomando mates, jugando al ajedrez, conversaciones sin sentido. Era el último. ¿Una carta? ¿Qué significa todo esto? Recuerdos que no me pertenecían invadieron mi cabeza. Pero de repente ahí estaba de nuevo.
La fábrica carecía de ventilación y las maquinarias elevaban las temperaturas a niveles intolerables. Los patrones brillaban por su ausencia cuando a condiciones se trataba y la inversión sólo era destinada a reemplazar obreros. Compañeros de muchos años fueron desempleados y cada vez quedábamos menos. Yo me mantenía callado ante la situación hasta que un día los conocí a Charlie y Roberto. Ellos estaban intentando armar algo con otros muchachos para reclamar por mejoras de sueldos y condiciones laborales. Era un disparate, para mí, porque la empresa era transnacional y contaba con un estrecho apoyo estatal por las relaciones que tenía con los empresarios extranjeros y explotadores. Sin embargo, eran convincentes las ideas y no tardamos en ser varios los realmente interesados por las propuestas. Allí formamos estrecha amistad entre ellos dos, Facundo, Rodolfo y Julio. Ya nos conocíamos, pero afianzamos nuestra relación e intensificamos el trato de silencio de no delatar a nadie en caso último.
Finalmente, luego de agotar alternativas diplomáticas, llegó la huelga. Fue en la puerta de la fábrica donde se desencadenó la represión policial. Los patrones pidieron acción de las fuerzas estatales y no tardó en aparecer. Varios fueron los detenidos y la mayoría obligados a proseguir con la práctica laboral. Era una derrota muy desalentadora. Era evidente que iba a ocurrir, puesto que fue una manifestación aislada sin apoyo de ningún partido ni agrupación política. Allí fue cuando nos tildaron de punta de lanza y Julio fue el primero en ser presionado. Solía ser el más radical para reclamar, incluso más que Roberto y Charlie. La organización clandestina fue tomada por él, quien además intentó moverse para obtener apoyo de otras organizaciones. No contábamos con que la policía iba a realizarnos un seguimiento cercano. Entraron a su casa una noche y amenazaron con matar a su mujer si seguía “jodiendo a quien no respondía”. Los patrones se enteraron, de alguna forma, de sus intenciones y le dijeron a través de la policía “cortala, zurdito”. Hizo oídos sordos a esto y unos días después, su mujer fue secuestrada y encontrada muerta, acribillada, en una zanja cercana a su casa. Julio nunca volvió a ser el mismo. Furia y tristeza nos atravesó a todos cuando nos enteramos de esto, ya que a veces nos reuníamos todos con ellos y comíamos ricas facturas de una panadería cercana. Era una chica adorable y siempre alegre. Era el color de esa casa.
La luz parecía haber abandonado su corazón, pero su odio furioso brotó por toda la fábrica. La pérdida que sufrimos fue el puntapié para que urgentemente todos nos movilizáramos a conseguir apoyo. El soplón no tardó en aparecer, un joven que quería escalar posiciones. Lo destrozamos a golpes y nunca más supimos de él. La patronal repudió esto pero no tenía pruebas para sostener que hubiéramos sido nosotros. Comenzó a haber presencia policial en la fábrica. La situación se complejizaba más y más. Fue entonces cuando no pudimos hacer más ningún tipo de asamblea ni organización dentro de la fábrica y tuvimos que encontrar otro. Fue entonces cuando Julio ofreció reunirnos en una casa que tenía en un terrenito con una casa a unos cuantos kilómetros fuera de la ciudad. Se encontraba en el medio de la nada, a un lado de una ruta. Nos pareció a todos lo más sensato y juntamos una importante adhesión de los obreros para reunirnos cada dos semanas allí. Esa ruta y esa casa fueron anfitrionas durante unos meses de extensos debates políticos y laborales y enfrentamientos furiosos de propuestas. A partir de poder debatir sin hostigamientos, aunque en clandestinidad, logramos articular proyectos más concretos pero seguíamos sin tener apoyo consistente de partidos políticos. La situación política del país se mantenía muy compleja y separada.
El problema fue esa noche. La última reunión, donde en teoría íbamos a debatir si tomábamos los medios de producción como decía Charlie o no. El resto de los compañeros debían llegar más o menos a las diez de la noche. Eran las once y no había ocurrido. La inquietud se había apoderado de nosotros. Aquietamos la preocupación intentándonos convencer de que sólo estaban retrasados. No tardamos en darnos cuenta de que estábamos gravemente equivocados. Una lluvia feroz se desató tras amenazar con diabólicas nubes arremolinadas y perturbadoras por unas horas. Julio se levantó totalmente alterado y decidió irse solo a buscarlos por la carretera con el coche. Pidió que aguardáramos por él en la casa. Intenté convencerlo de acompañarlo, pero no tuve frutos, sentenció que era preciso que juntos cuidáramos la casa. Pobre Julio.
Prendí mi cigarrillo, como para calmar con nicotina mi perturbada cabeza aterrorizada por estas memorias. Mi corazón se aceleró demasiado y fue entonces cuando recordé las palabras de Rodolfo. Una ráfaga de nervios y terror invadieron mi mente cuando en el cielo comencé a ver nubes de tormenta acercarse a toda prisa por el horizonte. Venían detrás de ellos dos. Ahí estaban, llegando a paso firme. Se acercaba el final y ya estaban decididos. Sólo quedaba yo entre ellos y la casa. Apagué, entonces, mi último cigarrillo