martes, 2 de agosto de 2011

Telmo

Refugiado detrás de unas ropas rasgadas por la calle y manchadas de vida a la deriva, se desenvuelve imprevisiblemente por un camino circular un extraño ya conocido. Su piel era levemente oscura y su rostro se encontraba sucio. No conseguía mantener una misma expresión prolongadamente. La soledad no le dejaba advertir su pelo negro desmarañado y con eventuales tonos tristes. Detrás de una barba es escondía una larga travesía diaria de castigo inagotable, de vida traicionada por la realidad.
Finalmente, el hombre avista un asiento y se aproxima a él con felicidad poco usual, casi conformista. Una vez descargada toda su humanidad allí, un perro no menos sucio y desprolijo aparece detrás de mis piernas moviendo alegremente la cola. Se acercó confiadamente extraviado compañero y se sentó aguardando pasivamente una caricia borracha. Una vez recibida, no se conformó y se entregó al piso y puso su barriga mirando al cielo. El extraño volvió a dale cariño a su compañero.
- ¡Telmo! ¡Telmo! – se exaltó inexplicablemente el vagabundo.
Tras volver a orientarse, miró de nuevo al perro y su expresión alterada pasó de inmediato a ser de serenidad. Levantó la mirada hacia mí. Parecía haber recordado de repente que su vida no es una fantasía morbosa sino que su entorno puede responderle. Fue entonces cuando me preguntó:
- ¿Vos sabés quién es Telmo?
- Emm… ¿El barrio? – respondí con incertidumbre. Las cejas traicionaron mi intención de seriedad, pero me ganó la extrañez
- Noooooo, nene. No entendés. ¿En serio no sabés quién es Telmo? – Se sobresaltó el hombre, casi indignado por mi atrevida ignorancia. Se levantó presipitadamente e intentó dar unos pasos inútilmente. El amor tragado lo hacía tambalearse y caminar desprolijamente sobre arenas movedizas
- Entonces… ¿Quién es?
- Éste es el verdadero San Telmo. De él sí que no me quiero ir – Dijo mientras bajaba su cansada mirada hacia el perro que no había dejado de mover su turbina, movida de felicidad por el cariño brindado por su hermano de vida. -¡Es un hijo de puta este Telmo! … ¡Telmo! ¡Telmo! ¿Podés creer que no te conoce?
Entre sonrisas perdidas y pelos sucios, el borracho movía los pies al compás de una música que jamás llegaría a advertir. Sus zapatillas eran de un azul abatido por la mugre, con los cordones apenas atados en una y en la otra oscilando a hacerlo tropezar. En un instante las levantó aproximando sus rodillas al pecho, como intentando abrigarse y pude notar las suelas deshechas o rotas en ambos casos. Viajes sin fin y ferozmente agotadores pasaron por debajo de allí y habían dejado una huella que marca hasta la más fuerte piel.
Telmo no dejaba de mover su cola mientras era acariciado. El viajante entregaba su corazón al animal, no tenía nada más para darle que eso y compartir juntos la comida ganada entre la miseria. Las uñas de su mano se encontraban resquebrajadas y fuertes líneas atravesaban sus palmas agotadas quién sabe por qué infinidad de esfuerzos. Esa pareja gritaba y nadie oía. Una triste mirada pobló nuevamente el rostro de aquella persona. Los segundos fueron eternos en que ambos hermanos se observaron, casi como confesándose cosas que nadie más podría comprender.
Telmo estaba cubierto de de un manto gris de pelos que nunca conocieron un veterinario. La calle había cuidado de él. Sus costillas se escabullían entre el pelaje que no podía llegar a ocultar la pobreza padecida. Una de sus patas traseras parecía lastimada, pero no parecía importante mientras andaba alrededor de su compañero para llamarle la atención. Debajo de su ojo derecho, una tajante cicatriz le llegaba casi hasta la mandíbula. Su lengua se agitaba intensamente fuera de su trompa mientras su cuerpo inquietaba. Le faltaba un pedazo de la punta su oreja derecha, que probablemente haya sido resultado de alguna pelea. En un momento se volvió a mí y me observó estático. Fue la única vez que vi su cola quieta. Hubiera jurado que me estaba advirtiendo que daría su vida si yo quisiera lastimar a quien estaba con él. Tras dejar en claro que ahí iba a quedarse, se regresó a las piernas del vagabundo y saltó para esta vez el pasarle su lengua por el rostro en demostración de cariño. Le ladró algunas cosas y recibió quejas por el ruido. Nuevamente fue acariciado y siguió feliz. No parecía agotarse esa chispa que sólo él le brindaba al borracho. Sin Telmo, el asfalto sería mucho más gris y la vida más tenue.
Miré hacia mis costados para comprobar que no había nadie más a mí alrededor. Me sentí por un momento casi como un narrador omnisciente. Sólo nucas y pelos recogidos entre jeans levis y botas caras parecían darle la espalda a una realidad que llora al costado. No reaccionan. ¿Acaso es una mentira inventada en una mente retorcida? ¿Una cruel fantasía de alguien que disfruta la epopeya diaria de una persona que pierde el alma un poco más con cada amanecer rojizo? El sol parece haber sólo lastimado la piel de aquella sombra porteña y nunca haber sido gentil con quien merece alguna vez un desayuno sin vino de cartón y pan duro mendigado.
De su bolsillo, el hombre sacó la última ración de elixir de olvido y se dispuso a tomarlo para viajar para no volver por otra noche fría. Telmo ahí iba a estar para cuidarlo. Telmo siempre está.