domingo, 6 de marzo de 2011

Caras en el parque

La última soga se me desprendió casi de casualidad, tentada por la ironía de una confesión previa sin demasiada relación con las circunstancias. Ahí vino el humo y la mirada, reprochándose errores y decisiones nobles. Intentándome convencer de que valía la pena me di cuenta de que algo había salido mal. Había salido mal por haber salido bien. Las sogas que me amarraban a la realidad se habían ido a atarse mejor, a someterse a los efectos de la libertad. La falta de palabras, de habla causó que otro humo estuviera ahora conmigo, acompañándome y envolviéndome en una soledad terrible. ¿Falta de habla de quién? Es una buena pregunta que no tiene respuesta. Los ojos vieron a través del humo para encontrar que no estaban solos. No había soga que me sujetara a nada, lo que generó que la situación se apoderara de mi cabeza cruelmente. Un cigarro ya no calmaba un intenso sentimiento que se apoderaba de todos, de mí. No quedaba más que esperar, convenciéndome de que era noble lo que hacía, que el humo que me desató no era malo y que valía la pena aguardar a las agujas, a las tenues sombras de la salida. Pero algo ocurrió, algo que tal vez no esperaba o que no quería pensar, que escondía debajo de algún objeto pesado de mi mente. Me di cuenta de que algo había salido mal.