lunes, 18 de abril de 2011

Un rumor

¿Real o mito? Ya no podía controlar mi duda. Esa casa era rara, ya la estuve observando durante días. Aunque esa palabra no me simpatizó nunca, es de la única manera en que la puedo caracterizar ahora mismo frente a su puerta, con mis piernas líquidas gritándome que me de media vuelta. Pero sería muy cobarde hacerles caso. Es muy estúpido, también, no escucharlas. Nuevamente, como gato de la calle, mi curiosidad me llevaba a no contentarme con dejar pasar un rumor. Acostumbrado a que éstos fueran meros relatos de asesinatos organizados o diversas injusticias, en esta ocasión me había quitado el sueño de una forma que jamás me había pasado antes.
Desaparecidos era otra palabra que me disgustaba, pero es lo más cercano que encuentro para describir el estado de aquellos que pasan por esta puerta. Una puerta de roble de unos dos metros, con algunos grabados decorativos y una manija de acero antiguo, ya desgastado y arruinado por falta de cuidado. La cerradura estaba rota y la entrada abierta, aunque detrás de la diminuta ele que se formaba no se podía ver absolutamente nada. El marco de la era de madera robusta y apenas sobresalía de las paredes de la casa, que tenía dos pisos y ninguna ventana. Ninguna ventana…
Apenas podemos imaginarnos, completamente adiestrados a la idea de una casa, algo sin alguna conexión al exterior. Las ventanas siempre son una alegoría directa a libertad, una invitación al escape. Pero esta casa de dos pisos, separados por una notoria franja de madera a mitad de camino hacia el techo, nos golpea entre ceja y ceja con sus interminables muros marrones oscuro. Descrita así, uno puede considerarla llamativa, pero ella se encuentra furtiva entre una arboleda particular en un terreno de José León Suárez que parece olvidado por la memoria. Castigado por el tiempo sí, pero castigado más por las personas que gastan con sus miradas temerosas esa puerta antigua. Yo soy una mirada más.
Con un esfuerzo incalculable, callo mis piernas, avanzo hasta la puerta y la empujo con mi mano izquierda, sosteniendo un revólver en la mano derecha. Un intenso crujido anuncia mi entrada y me asusto bastante. Si alguien se encontraba allí ya estaba al tanto de mi aventura.
La habitación principal es amplia y tiene una puerta en cada pared. Las puertas son todas idénticas, aunque más angostas, comparadas con la entrada del edificio. Reina el marrón oscuro y ante la falta de luz me veo obligado a cambiar el revólver por una linterna que tenía sujeta entre el jean y mi piel. El tono sombrío se mantiene, pero la oscuridad ya no es un problema realmente. Cientos de papeles, algunos en blanco y otros con inscripciones incomprensibles, se despliegan por todo el piso junto a muebles y sillas rotas desparramadas. Trozos de tela blanca desgastada cuelgan del techo y se tambalean a la voluntad de la brisa que me seguía desde que ingresé.
Cada paso que doy parece gritar mi presencia. El piso suena mucho ante el movimiento, aunque no sé si lo suficientemente fuerte como para que en el resto de la casa me escuchen. Mejor camino más despacio, por las dudas. En puntas de pie me dirijo hacia la puerta del otro lado de la habitación, sorteando todo tipo de mueble tirado. El crujido de esta puerta es mayor al de la anterior, lo cual me alarma bastante. Parece que ahora entré al cuarto que conecta las partes de la casa, podría decirse el corazón del lugar. Se trata de una especie de pasillo amplio con una escalera hacia la derecha y sin un techo entre pisos. Otra puerta se encontraba hacia la izquierda y al final del pasillo, al costado de los escalones, una más. A los lados de la subida había barandas de madera para apoyarse y con sostenes finos intercalados. Sigo observando con cuidado el lugar cuando algo llama mi atención de reojo en el segundo piso. ¡Si, algo se movió! A toda velocidad se escapó de mis ojos, congelándome sobre mis pies. La linterna jamás llegó a iluminar a tiempo para notar quién estaba allí y ahora la idea de seguir explorando el lugar me aterrorizaba.
Los rumores no tardaron en invadir mi mente, como reprochándome la idea de entrar a la maldita casa. Nadie que entró a este lugar jamás salió. Literalmente quien entra, desaparece. Nunca se vuelve a saber nada. La idea de un centro clandestino de detención fue lo que me llevó a venir, pero no tenía sentido tampoco ya que nunca se vieron uniformados entrar o salir por la condenada puerta chillona de adelante. Pero necesitaba saber, como maldito periodista que soy.
Si no fue mi imaginación lo que me traición desde el segundo piso, alguien ya sabía que estaba allí y me estaba observando. Me están observando…
Mi nuca me tortura, me grita que me de vuelta pero sé que no hay nada porque desde que entré a esta habitación no di un solo paso. El miedo me invade como un virus terminal a gran velocidad. Sólo pasar la linterna a mi mano izquierda y volver a tomar el revólver con la derecha me hace volver a estabilizar mis conflictivas emociones. Es muy tarde ya, mis piernas me estaban llevando hacia el piso superior. Cada paso es una bocina y cada bocina un leve sobresalto para mi mentalidad.
Dos extensos pero angostos pasillos se disputaban hacia ambos lados. Desde abajo, la silueta se había escapado lo que sería la izquierda, así que me dirijo lentamente hacia ese lado utilizando hasta mi última gota de valor. ¡Qué cagón! Estoy sudando como nunca en mi vida. Cada gota que pierdo es una que no recuperaré jamás. Sigo caminando hasta que advierto que mis pasos se duplican y el miedo destruye todo valor que tenía cuando la idea se me impuso en la mente: Me estaban siguiendo por detrás. Me doy vuelta a toda velocidad a ver quién era… Pero no hay nadie allí.
Los rumores hablaban de fantasmas, pero yo no creo en fantasmas. Muy pocos realmente lo hacen. Investigando por el barrio me topé con una teoría que tenía más sentido: Refugiados. ¿Qué clase de refugiados? ¿Tal vez guerrilleros? Todo era muy rebuscado, nada terminaba de cerrar. Los rumores se intensificaron cuando algunos vecinos aseguraron escuchar gritos y disparos desde afuera, cosa que parecía poco probable al no poseer ventanas el edificio. ¿Qué diablos habita este lugar?
Nuevamente, siento pasos detrás mío y vuelvo esa dirección. Nada. Nada. ¡Mierda, que me va a dar un infarto! Sigo entonces mi camino hacia el final del pasillo hasta que me encuentro con otra puerta entreabierta a la izquierda. Era el único camino que Silueta podía haber tomado. Empujo con la punta de la linterna, que se me resbala un poco por la transpiración de la mano, la puerta para ingresar.
El nuevo cuarto parecía idéntico al primero pero más chico, aunque con la diferencia de poseer una cama partida a la mitad horizontalmente en el otro lado de donde entré. No había nadie allí. Ahora sí que me estoy preocupando mucho y los fantasmas tienen sentido. Tengo que irme ya de aquí.
Cuando me doy media vuelta me encuentro con que no hay ninguna puerta. Abro los ojos como platos y produzco algo similar a un pequeño grito ahogado de la impresión. Pero mi nuca esta vez no me falla. Hay alguien atrás. Siento su respiración, su mirada clavada en mi pelo negro que me protegía la nuca. ¡Ay nuca! No me atrevo a darme vuelta. Quién sos, alcanzo a escuchar detrás mio con una voz fina pero ahogada. No tolero más el miedo y giro para ver qué está allí. Un niño. Sí, un niño blanco de apenas un metro, pelo negro y corto, vestido con un tapado se encontraba ahora en el medio de la quebrada cama, observándome fijamente, penetrándome el alma. No puedo responder, no tengo la capacidad. Quién sos, repite con el mismo tono. Francisco… Francisco Blajaquis. Quién sos, repite con el mismo tono.
No entiendo. No sé qué decirte. Tu nombre es tu carátula, quién sos. Vine para averiguar sobre las desapariciones que ocurrieron aquí… ¿Sabés algo? No. Aquí la gente no desaparece. Aquí vienen aquellos que nunca realmente aparecieron. Varios vecinos entraron y no salieron. No los recuerdo. Qué les hiciste. La realidad puede doler. Qué realidad. La que nadie quiere ver.
No puedo moverme. No es culpa de ningún fantasma o algo extraordinario. El llegar a una inminente respuesta, a la respuesta que buscaba, no me deja moverme. Necesito saber.
¿Vos cómo te llamas? Me llamo Garganta. ¿Garganta? Sí, Garganta, mirá.
Silueta se quita del cuello el tapado que vestía y siento una repulsión que casi me hace vomitar. Tenía el cuello destrozado, con pedazos de carne colgándole y dejando al descubierto apenas un pedazo de su columna vertebral. Lo poco que le quedaba intacto estaba morado.
¡¡Por Dios!! Necesitás un medico urgente. Es lo primero que digo, imbécilmente podría decirse. Jaja, se rió. Dios… A mí me enseñaron unas oraciones. Me pregunto si habrá escuchado mis plegarias cuando me ahorcaron. Me pregunto lo mismo por el resto. ¿Resto? Sí, resto. Creo que conocés bien la miseria y la injusticia. Yo la sentí durante mis 8 años de vida, todos los días. La miseria tiende a venir y llevarse a muchos de nosotros por diversas razones. La miseria tiende a llevarse muy bien con el dinero y esos viejos de la televisión. La miseria la pagamos nosotros.
El terror regresa. Siento nuevamente que me respiran en la espalda y cuando me doy vuelta, veo a más niños. Las ganas de vomitar me atacan aún más ferozmente al ver a otros dos niños, uno con un agujero en medio de la cara y el otro con los brazos con apenas unos rastros de carne. Tras ser advertidos por mí, se acercan a Silueta y se quedan uno al lado del otro.
Él es revólver y él desnutrición. Mi papá era un militar renombrado que se enorgullecía con relucir sus armas por la casa. Un día quise imitarlo como en sus historias de matar gente mala. Qué ironía que ahora vea la realidad. Yo sufrí lo que pude hasta que el cuerpo no tuvo más carne que consumirme. Todos mis días fueron una agonía para mi familia chaqueña, que nunca tuvo forma de mantenernos a mí y a mis hermanos. Creo que una vez, muertos todos de hambre, salimos en un canal de televisión.
Comienzo a comprenderlos. El terror sigue torturándome desde la sangre, pero esta disminuye la velocidad de su flujo poco a poco.
Somos muchos más. Somos los que nadie escucha, nadie tiene en cuenta. Somos despreciados por aquellos que sí pueden darnos de comer. Utilizados por aquellos a quienes les sobra el dinero. Pero somos olvidados por los titiriteros del mundo. Escupieron a nuestras familias. Ahora nosotros los llamamos. Nosotros los escupimos. Todos ellos van a pagar, tarde o temprano.
Más y más niños se acercan a la habitación. Llegan cientos y el asco abandona mi cuerpo. Todos ellos habían sido víctimas de los adultos de alguna manera salvaje. Todos ellos nacieron para morir y ser olvidados. No van a ser olvidados.
Tiene sentido. El hijo de Alberto Palacios había sido supuestamente atacado por “asesinos” de izquierda que dispararon y apedrearon su casa en Olivos. Otros rumores aseguraban que su hijo, de 10 años, había llegado a su casa con un libro de un guerrillero a su casa, regalado por un maestro y que lo enfureció. El profesor desapareció poco después y Palacios nunca salió de esta casa. Jamás.
Sos afortunado, Francisco, de tener esa mente, ese corazón. Ahora sabés que ya no sirve escribir, que ya lo único que queda es actuar por mano propia. Sos el primero que se interesa por nosotros sin buscar nada a cambio. Sos el primero que no entra con intención de derrumbarnos, de callarnos. Ahora sos nuestra voz. Sos nuestra pequeña lucha. Pequeño me hacen a mí, respondo ya mirando con el corazón, de ustedes tendríamos que recordar cuando la igualdad nos parecía algo tan sencillo.
Las miradas se alivian. La nuca ya no me pesa. Los pies se vuelven ahora ligeros. Me doy vuelta y abro la ventana para salir. Algunos parecen seguirme mientras que otros prefieren seguir allí.
Cuando salgo, veo los mismos árboles que cuando llegué a la casa. Giro para ver a los niños pero ya no hay casa. Un gran basural se desplegaba en General Rodriguez, como una escena del crimen sin cadáveres, sin nada. Sólo olvido. Los árboles ya no están y emprendo mi viaje de regreso.
Un rumor llegó a mis oídos. Una casa sin ventanas en San Miguel.

Ruta del Norte

En su ruta jamás se dio por vencido
Y por más que muchos lo hayan creído
No necesitó ningún corcho
Para siempre ser un gran motoquero

Viciosos critican y se aprovechan
De sus interminables anécdotas
Mientras otros se desvelan
Por al menos volver a escuchar su voz

Desvanecido en la gloria, el mundo nunca lo pudo contener
Por más que nadie lo intentó detener,
No existió oportunidad para realmente entender
Lo que su alma tenía para conceder

Entre asfalto y forasteros,
Se ganó el respeto de muchos extranjeros
Y sin bajar el sombrero, siempre dejará su destello
Sin importar quien se aproveche de su empeño

Siete volúmenes en los setenta marcaron su historia
Y si bien el mismo disfrutó en vida su victoria
Nadie puede jamás negar que su legado
Que siempre será tal cual él lo había creado.





Si, sigo subiendo pavadas.

Despreciá tu nombre

Custodiando mi mente
Me he olvidado de repente
Las metas propuestas por un cualquiera
Que entre tantas cosas se asemeja
A una débil tentación

Siniestro de ideas que genera violencia
Ahuyenta la democracia de nadie
Haciendo que nunca nada cambie
En las mentes divididas sin coherencia

Habiendo ya transitado caminos oscuros
Con lobos astutos que se fragmentan
Y siempre observan con cautela
Las artimañas de ese tirano absurdo

Sangre que no se desborda, juventud que no se atreve,
ni es sangre, ni es juventud, ni relucen, ni florece
Voces que dicen demasiado pero no siempre permanecen
Condenadas por una historia manipulada desde siempre

Tu mano inexistente es la que no me da fuerza
Tu mirada la que me paraliza y desprecia
Tus labios los que balbucean de todo sin decir nada
Tu mente que por más que no creas, no trabaja.

Historias de la caja óptica

Ando perdido sin querer ser encontrado
Encandilado por el perfume de su voz
Caminando solo a veces me siento un extraño
Y rebanan mi ser como con una hoz

Extrañas historias a lo largo de un camino
Le dan coherencia a un sendero desprolijo
Que contrasta con mi estilo sin sentido
Y marca un fin que ya creo conocido

Palabras que van y vienen
Tal vez me quiera encontrar
Y si me pide, la voy a esperar
Siempre queda lugar en la libertad

Mentirosa siempre nos ha susurrado
Mas a muchos los ha asustado
Otros hasta la odian por no alcanzarla
Pero es tarde ya, te ha hipnotizado

Quiero encontrarla y que me encuentre
Quiero desaparecer del humo
Y del arca de consumo
Pero no es fácil, siempre advierte
Hay que mostrarle a mucha gente.