lunes, 8 de septiembre de 2008

Casa Devuelta

Eran las 11:15. Extrañábamos la casa porque aparte de espaciosa y antigua guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia. Ahora, allí, nos encontrábamos de nuevo con Irene frente a esa puerta parecida a la de un departamento.
Antes de eso, Irene y yo la observábamos, casi atónitos, alejarse cada vez más de nosotros. Rodríguez Peña nunca estuvo tan vacía…
Eran las 11:05. El tiempo era eterno. Mis ropas nunca estuvieron tan apretadas, tan incómodas. Sin embargo, no tenía alternativa salvo la desnudez. Irene parecía mover las manos como su aun estuviera tejiendo. Todo era desolador, abandonado. Yo estaba perdido. No sabía dónde ir ni a donde llevar a mí hermana.
Pensé en la llave que arrojé a la alcantarilla, la cual ya no podría volver a usar para reclamar lo que me pertenecía. Lo que NOS pertenecía. Irene pensaba en el tejido que había soltado a último momento, con algo de anhelo.
Eran las 11:06. El tiempo nunca fue tan cruel. Mis ropas ya estaban algo sucias, al igual que las de Irene. La gente apenas habitaba las calles. No nos miraban, e incluso nos evitaban. ¿Acaso no ven que hace 7 minutos éramos como ellos?
La noche tenía cada vez más peso sobre nosotros. Nuestro aspecto se fue volviendo poco a poco más lúgubre. Lo bueno de eso es que ni se molestaron en intentar asaltarnos. ¡Tal vez los desgraciados están intentando entrar en nuestra bella vieja casa!
Eran las 11:10. Sugerí a Irene a que me acompañe a la comisaría para hacer la denuncia, con esperanza de recuperar mi historia. Nuestra historia. El comisario hizo caso omiso a mis reclamos, luego de observar con detenimiento cada prenda que usábamos. Sudados y sucios, regresamos a la calle, nuestro nuevo hogar.
Las calles ya no estaban vacías. Otros como nosotros, cuyos hogares también fueron tomados y dejados en el olvido, sí nos vieron. Nos prestaron trozos de tela para poder pasar la noche con ellos. Irene estaba asustada. Yo no me sentía diferente. Estaba con gente que yo, durante gran parte de mi vida, consideré como hostiles hacia mí. Esa gente, tan lejana y a la vez tan allí, nos brindó lo que nos faltaba: Contención.
Eran las 03:15. Había perdido el sueño. Tomé la arriesgada decisión de dejar a Irene unos momentos para ir a ver una vez más la casa. Por Rodríguez Peña, pude ver los dormitorios. Allí se encontraban durmiendo... Pasivos, como si nada hubiera pasado. Un gran cólera contaminó hasta la última célula de mi cuerpo. Habría destruido esas ventanas con mis propias manos y a los invasores que habían aceptado sin pensar, vivir debajo de MI techo, entre MIS paredes…
Irene apareció a mi lado. Tampoco podía dormir y supo que yo estaría aquí. Supongo que olvidé que éramos hermanos. Lágrimas pedían permiso para salir de sus ojos mientras observaba la casa, pero ella no cedía. Uno puede luchar contra lo que sea, pero se requiere verdadero valor para hacerlo contra nosotros mismos. Luego de un rato, nos dispusimos a regresar con los demás a seguir descansando, pero nadie había… Cada uno estaba observando su casa tomada.
Eran las once de la mañana, según mi reloj. Mi reloj era lo único que me quedaba. La sangre volvió a hervirme. La sangre volvió a hervirles a los demás. Irene me miró y supo antes que nadie lo que iba a decir:
- Necesitamos recuperar lo que es nuestro.
- ¿Cómo tenés pensado hacerlo? – Me preguntó otro damnificado.
- Nadie nos escucha, así que juntos, recuperaremos por la fuerza lo que hace no mucho eran bien nuestro.

El clima de esperanza pronto se contagió a todos los que allí estaban. Irene volvió a sonreír.
Eran las 11:05. Ya éramos muchos. No sé exactamente cuántos, pero los suficientes como para generarme mucha confianza. Cómo reciente líder, me dijeron que mi casa sería la primera en sentir el poder de aquellos olvidados.
Un niño se me acerco, con una mirada inocente y un palo en su mano, y me preguntó:
- ¿No van a meter presa a mi familia por hacer esto?
- ¿Cuántos años tenés?
- 9
- ¿Alguna vez metieron presos a tus viejos?
- El día que nuestra casa fue tomada, mis padres no quisieron ceder. Luego de eso, los policías llegaron y se los llevaron y yo me quedé solo en la puerta durante una semana, hasta que volvieron mis papás.
- Tus viejos quieren lo que es de ellos. Nadie debería detenerlos por eso.
- Pero lo que era nuestro ayer hoy es de otras personas.
- Es por eso que si no reclamamos nosotros, nadie más lo va a hacer.

Eran las 06:00. La bronca no me dejaba dormir. Habiendo vuelto hace poco de la ventana de las habitaciones, recordé los ruidos que habían logrado que esté aquí sólo alimentaban en mí una bronca que no conocía limites. Me di cuenta de que ya no podía vivir sin pensar. No se puede vivir sin pensar. No al menos sin esperar consecuencias.
Hace pocas horas, era un hombre más en el barrio. Ahora soy un hombre menos. Un hombre olvidado. Es increíble lo descartable que la sociedad se ha vuelto. Importamos cada 6 años, o no importamos por muchos.
Eran las 11:06. Retomando lo anterior, las cosas parecían estar de nuestro lado. Éramos muchos los que estábamos ya en descontento con el actual gobierno. En camino a la casa, nos encontramos con otros grupos que también protestaban. No entendíamos bien la razón, pero el enemigo de mi enemigo es mi amigo. O eso creo. Ya se podían escuchar más voces. Cientos. Miles. Estas voces ya no pueden callar. A nuestro paso, aquellos que nos ocultaron se estremecían. Lejano parecían mis libros, lejanas parecían las agujas de Irene.
El entusiasmo de la gente era casi incontrolable. Ya éramos demasiados. Otro líder más ingenioso surgió y logró guiarnos a todos juntos, con palabras cargadas de sentimiento pero incomprensibles en el fondo.
Eran las 11:08. A nuestro paso, otras casas volvían a ser lo que eran. Era casi como un gesto de comprensión. No sabíamos como caminar, que gritar... Sólo improvisábamos. Éramos llevados por un cualquiera que había logrado convencernos. Se siente bien hacerse escuchar. Tal vez no importa la razón, o lo que provoque nuestro accionar... Pero nos hace sentir humanos, importantes por un rato. Casi como si fuéramos ciudadanos.
Eran las 11:15. Extrañábamos la casa porque aparte de espaciosa y antigua guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia. Ahora, allí, nos encontrábamos de nuevo con Irene frente a esa puerta parecida a la de un departamento.
Nuestras voces entraron por todo lugar posible de la casa. Nadie coordinaba para cantar, o para aplaudir, o chocar ollas. Pero todos éramos escuchados. A la gente le gusta destacarse. Supongo que dentro de la vida que llevamos, la originalidad o la vanguardia no están invitadas. O no es recomendable.
Eran las 11:17. Se escuchó una especie de golpe detrás de la puerta. Los pasos volvieron a oírse. Cada vez se apagaban más, como si volvieran de donde vinieron. La puerta se abrió... No sabía si entrar rápido y gritar ¡Victoria! O ser más cuidadoso...
Eran las 11:16. Ya no había nadie detrás de mí. A mi lado, Irene. Nunca más firme mi hermana. Mi popularidad, mi importancia en la marcha fue tan sólo efímera. Es increíble como también nos descartamos entre nosotros. Todos hermanos, pero a la vez tan desconocidos.
A la distancia, podía ver lo que quedaba de gente. Jóvenes comenzaron a luchar entre ellos. Los más grandes olvidaron a los jóvenes. Los líderes se olvidaron de su gente. Alcancé a ver como la policía se llevaba al niño de 9 años, que quería ayudar a su padre que se encontraba sangrante en el suelo, inconsciente.
Eran las 11:20. Tomé la mano de Irene y juntos nos adentramos en la casa. Ya no había ruidos. Ya no había puertas cerradas. Rodríguez Peña volvía a estar limpia. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa.
Mis ahorros, mis libros, las habitaciones... Todo era de nuevo mío. Finalmente había obtenido todo. La felicidad había regresado.
Nuestra vida volvió a ser la misma de antes. Todo era una viva reminiscencia.
Las cosas fueron perfectas, hasta que los ruidos volvieron. Esta vez desde la calle porque, sin llave, la puerta había quedado abierta.



Por Ezequiel Nogueira, en homenaje a Julio Cortázar.