jueves, 8 de abril de 2010

Los colores revolucionarios

Es inevitable escuchar nombrar a Cuba y relacionarla con palabras como política, revolución o comunismo, a pesar de que la isla no es rica en cultura sólo por dichas cosas sino también por su arte, sus costumbres y firmes ideales, que terminaron siendo los que impulsaron el movimiento anticapitalista.
Fundación Costantini presenta en el Museo Malba “Caminos de la vanguardia cubana”, una muestra que recorre el arte de la isla entre los años 1920 y 1940. Las obras serán exhibidas hasta el 3 de mayo y se dividen en tres secciones: “una nueva mirada hacia la mujer”, “El nacionalismo” y “La relación de la vanguardia cubana con los conflictos políticos de su tiempo”.
Al entrar a la muestra, lo primero que se ve es una interesante introducción a lo que se expone, deslizando una leve reflexión acerca de lo intencionado en las obras y como las mismas influyeron finalmente en la consciencia popular cubana. Artistas como Mariano Rodríguez (1921-1980) o René Portocarrero (1912-1985) descollaron a la hora de dibujar mujeres y por eso sobresalen en dicha sección. En “La Paloma de la Paz”, Rodríguez cláramente usa los colores de la bandera cubana con una tonalidad fuerte, pero están detrás de una mujer, que sostiene en sus manos un pañuelo rojo que contiene una paloma blanca. El rol femenino en Cuba fue fundamental para construir la identidad del país. Una lámina al costado derecho de las obras de Carlos Enríquez contiene una cita textual del artista hablando al respecto: “Nuestra vida nacional gira alrededor del sexo (…). Hasta el agujerito inflamado en la más humilde caseta de baño, todo indica que pisamos sobre una manigua ardiente, donde tras cada matorral nuestra imaginación sospecha carne, la lujuria, el pecado batallador y el estremecimiento erótico”. Enríquez ha dibujado numerosos desnudos de mujeres en diversas situaciones, como detrás de telas, en la ducha y lesbianas.
Recorriendo un poco más las obras dedicadas a la mujer, podemos destacar a artistas como Joaquín Blez (1886-1974), que con gelatina de plata produjo fotografías de mujeres con poca ropa o completamente desnudas con una belleza que atrae y siempre las fotografiadas contemplan algo más allá de la cámara o el cuadro. Es necesario destacar que no sólo Blez deja este sentimiento de mirar a algo más allá, sino que todos los artistas tienen esto en común. Las mujeres siempre observan la lejanía, el horizonte.
Rafael Blanco (1885-1955) también dibujó mujeres desnudas, pero jamás solas. En “La piel del Diablo” hay muchas mujeres desnudas simplemente interactuando, mientras que en “La magia de la esfinge” muchos hombres observan a una.
Cabe destacar que debajo de dos vitrinas se encuentran numerosos ejemplares de la revista Social, en los cuales todos tienen como tapa a bellas damas.
Finalizando la etapa femenina, me tomé el atrevimiento de intercambiar unas palabras con una de las guardias de la muestra, quien muy agradablemente me expresó su opinión acerca de las obras, confesando que le fascinaba la selección de artistas y la organización de los mismos dentro de la exposición. Lamentablemente no pudimos adentrarnos más en el intercambio debido a lo atareada que se encontraba ella, pero me recomendó observar especialmente las obras de Santiago Gattorno (1904-1981) y Amelia Peláez (1896-1968). Intrigado por aquellas palabras proseguí hacia el centro de la sala, la cual se encontraba fragmentada por numerosas paredes de colores situadas en el medio para no generar un sentimiento de vacío. Giré hacia la izquierda y me encontré con las previamente mencionadas obras de Gattorno, ya adentrándome en la etapa del nacionalismo.
En la obra “Campesinos descalzos” se pueden ver a dos personas caminando por un sendero a la luz del sol, cargando sus herramientas de arado. Claramente Gattorno quería transmitir ese sentimiento de rutina cansadora. Hacia el otro lado se destacaba Arístides Fernández (1904-1934), quien tuvo una tendencia política mucho más clara a la hora de hablar de la identidad nacional. En su obra “Manifestación con banderas rojas” se muestra un levantamiento comunista en contra de las autoridades

Avanzando sobre el lado derecho se encuentra otro fragmento textual de declaraciones, pero esta vez habla Wilfredo Lam (1902-1982): “Desde mi instancia en París tenía una idea fija: Tomar el arte africano y ponerlo en función de su propio mundo en Cuba. Necesitaba expresar en una obra la energía combativa, la protesta de mis ancestros”. Lam trabajó con óleo sobre papel y con tonalidades oscuras, destacándose el marrón y el verde como en “La Silla”. Sus dibujos pueden impactar más por su intencionalidad sombría, muy diferente al resto de los artistas.
Girando hacia atrás en plena mitad de la sala podemos encontrar las obras de tal vez la artista más experimental de todas: Amelia Peláez (1896-1968). Por situar algunos ejemplos, en “Árboles Verdes” trabaja con oleo verde y simplemente le da diferentes tonalidades para destacar la copa de los la flora del paisaje. En “La Pianista” se mezclan colores oscuros con muy claros, trabajados con témpera, y el resultado es bastante agradable a la vista. En “Mujer reclinada” dibujó con lápiz sobre papel, haciéndola completamente desarticulada y cubierta de líneas sin dirección. “Naturaleza muerta con vitral rojo y amarillo” fue trabajado con óleo sobre papel y “Naturaleza muerta con Guanábana” con óleo sobre cartulina, por citar otras obras.
Llegando al fondo de la sala se encontraba la etapa política, la combativa. La diferencia al llegar a estas obras es abrumadora, casi violenta. Sin embargo, es aquí donde se ponen en juego las obras fuertes y contundentes que se esperaban de la exposición. Eduardo Abela (1889-1965) caricaturiza una fuerte ideología a favor del sentimiento revolucionario cubano y en contra del imperialismo y la religión. Las caricaturas más interesantes de la muestra podrían ser “Ante Dios” y “El Billar”.
Jorge Arche (1905-1956) optó por un camino más crudo, como lo demuestra en “Trabajadores”, trabajado con óleo sobre cartón, en donde el extremo sometimiento laboral en las fábricas y las condiciones laborales insuficientes acompañadas de las jornadas extensas terminan por destruir a un exhausto obrero, que es cargado por sus compañeros.
Finalmente, dejando tal vez al artista más combativo y revolucionario para el final, quedan las obras de Marcelo Pogolotti (1902-1988). La última cita textual de la muestra pertenece a este pintor y dice: “Me resistía a mostrar una imagen de mi país que satisficiese al gusto por el exotismo de los franceses, anglosajones u otros extranjeros (…). Mi objeto era pintar la realidad humana en un paisaje social”. Pogolotti pintó muy bien con tinta como en “Dar, dar, dar en cada instante de su vida”, en donde muestra brazos trabajando en una fábrica. “Los ententes” fue trabajado con lápiz y crayón sobre papel y muestra un sacerdote, un burgués y un policía por encima de la ciudad. En “Represión” muestra como la policía masacra a la gente. El artista toca este tema junto con el exceso de trabajo, la vida en la ciudad, la fábrica y la revolución reiterada veces. Claro queda esto en “Obreros sosteniendo un cañón”, donde numerosos revolucionarios se encuentran por debajo del arma de fuego. “Manifestación” muestra sin ninguna duda el clima insurgente que comenzaba a vivir Cuba. Finalmente, en “Fuerza de Trabajo”, se muestran numerosos obreros, pero particularmente en el extremo superior derecho se encuentran 5 proletarios alzando sus martillos y hoz hacia el cielo, debajo de una estrella roja.
Intencionado o no, lo primero que uno piensa al hablar de Cuba se encuentra al final de la muestra. Hábil jugada de los organizadores, ya que muchas obras que son tanto o más interesantes, puesto que fueron lo que crearon la consciencia común del pueblo para luego pasar a ser revolucionario, se encuentran antes.
De la muestra en sí se debe decir que fue muy prolija, muy interesante pero que tal vez pecó por no delimitar bien en qué momento se pasaba de una sección a otra, o tal vez también haya sido a propósito. Si la segunda es, la transición quedó muy bien lograda, demostrando como se fue cambiando la temática del arte cubano. Al final deja ese gusto político que se esperaba, a pesar de comenzar encarando hacia otra dirección. Queda ese aire comunista con Pogolotti que tanto rodea a la isla. Ese velo revolucionario se destapa y nos abre sus brazos para conocer el trasfondo de un pueblo que no siempre fue combativo.