miércoles, 29 de diciembre de 2010

Secuencia

Siempre escuché rumores acerca de recordar toda la vida antes de morir. Siempre me pregunté si no eran más que mentiras, fantasías de aquellos que quieren dar un toque más literario, retrospectivo a la muerte. ¿Será verdad? Tal vez estaba a punto de averiguarlo. Ese instante fugaz en cuando uno sabe, efectivamente, que tiene la vida en las manos y que rápidamente puede irse burlonamente, con gusto a nada, con sólo jalar el gatillo. Tantas religiones, mitos, culturas y costumbres intentan explicar un hecho que no la tiene, que sólo se puede vivirlo. O tal vez morirlo.

Tantos inviernos vividos que pueden ser ejecutados en menos de un segundo. Cientos, miles de anécdotas y experiencias, terminadas. Algunas buenas, otras malas. Más malas. Parece mentira que uno puede estudiar y reflexionar sobre infinidad de cosas, pero la muerte, particularmente, no tiene respuesta. No es siquiera una pregunta. Pero tiene innumerable cantidad de explicaciones, de razones. Ironía o venganza, tal vez sean ahora. Estoy a punto de ver la muerte. Cara a cara.

Los dedos me danzan entre los nervios y la bronca. Demasiado intensa me está resultando esta hora final. ¿No era ésta la única solución? Si, la única solución efectiva. ¿Por qué tiemblo? Pueden ser dudas. Puede ser demasiada determinación para manejar. Puede ser la bronca de terminar con tanto dolor causado en un instante. Me suda la frente. Me suda la mano que sostiene el revolver cargado. Finalmente, me decido a terminar.

¡Cuánto esfuerzo! Llegué hasta a sentir que la vida no era nada y ahora parece algo difícil de quitar. Intento con un esfuerzo inmenso deslizar el dedo hacia el gatillo para procurar acertar en el disparo y no hacer el ridículo ante mi moral. Parece ya lejano el instante en que recordaba que la vida se recuerda justo antes de morir. Éste es el momento. Tenía que ser. La vida en un instante, en una bala. La situación me está resultando hasta poética. ¡Cómo si la muerte pudiera ser poética! Menos ésta.
Llegó el instante. Espero a sentir, a verlo. ¡Cuántas cosas se pueden pensar en un minuto! Recuerdo a Johnny Carter y su velocidad para recordar, para pensar. Siempre lo recordé. Ahora lo entiendo. Voy a acabar con la vida. Entonces me hago hombre.

Apunto. Mis ojos se tambalean frente al revólver. Estoy a punto de apretar el gatillo y espero ver la secuencia. Ahí está. Lo noto. En sus ojos pasan todas las atrocidades que una mente pueda imaginar. Más también. Entonces llega el viento que necesitaba. Me pongo firme y termino de jalar el gatillo... Acabé con la vida de ese miserable comandante paramilitar, Rodrigo Pelufo. Sólo espero que haya podido entender la razón de su muerte por sí mismo. Venganza.