martes, 5 de junio de 2012

Piedra Rumbo

Bostezaba sobre mi rutina. Se trataba de la serpiente que termina dominando las mentes, corrompiendo, diezmando la libertad si no se sabe cómo tratarla. Asi eran las cosas. Me había encarcelado sólo en mí mismo, atribuyéndome de heredero de los males terrestres. Corte los hilos polvorientos que me rodeaban de molesto sólo para reformarlos con nuevos materiales. Sin nada que perder, había dado la espalda a todo. Ermitaño de tumbas porteñas, eterno pensador de utópicos castillos e ideas más bellas que la realidad. Me había vuelto dialéctica. Nada más. Ya no existían discusiones sino el simple deseo de humillar, de hacer sufrir a otro. El terror fue invadiendo sin darme cuenta. Tanta fobia se tiene al dolor que la mente puede someternos a los peores crímenes. Nos transforma bajo la excusa del inconsciente. Pero el inconsciente es eso. Es la verdad salvaje que nos rehusamos a aceptar. Hombres pensantes. Filosofía. ¡Salvajes! La rutina me poseía una vez más. La música ya no sonaba igual. Todos los temas me recuerdan cosas indeseadas. La no-rutina se burla y me sopla de molesta nomás la memoria. No existe bebida ni droga que me reviva. Sólo aquella silueta, esa muerte personal que nos guiña desde que nos empezamos a portar mal, me acompañaba como siempre. Habíamos intercambiado muchas historias y muchas risas. Ya la mente me volvía a tender la trampa. ¡Ser amigo de la muerte no es bueno! ¡Sí que es bueno! Si sos amigo de la muerte ya no tenés que temer a nada. La muerte sólo me llegará por deseo y no por simpatía. ¡No! ¡Salvajes! Comenzaba a perder noción del tiempo. Horas conversando con nadie. Con demasiados. Las siluetas habían hecho cómodo hogar dentro y contemplaban mi mundo desde otra perspectiva. El pasado no sirve más que para amargar el presente. Presente no existe sin pasado ni futuro. El futuro así como se ve no promete. No promete teniendo en cuenta el pasado. El tiempo, como chiste ocasional de las tierras cosmonautas. Horas compartidas ahora no eran más que un eterna pesadilla solitaria. Un infierno construido a base de ideas absurdas. Mi cielo será cielo sólo después de haberme quemado suficiente. El pozo se sube con las manos y no con la lengua. Eran recurrentes mis sueños. El fuego me rodeaba mientras un frío intenso me penetraba. Las cosas se desmoronaban cual cartón. No me afectaba. Ya nada me afectaba. Temía despertar porque la realidad, cual fuera la ilusión, era peor que cualquier estado de ensueño. Maldecía el no poder al menos soñar con mi muerte y terminar con todo. Todavía tenía algo por hacer. El camino fácil no sería el mío. Necesito sacármela de la cabeza. No es bueno sufrir así. Pero sufrir me hace más fuerte para seguir viviendo. Pero sufrir me vuelve frío. Pero me hace adquirir nuevos conceptos. Pero... Pero no tengo paz interior que me pueda salvar. No tenía forma de hacer pases con la silueta. Eran parte de mí. Inseparable. Mis nuevos compañeros habían encontrado una forma de torcerme desde adentro. Mis elecciones y errores me definieron. Me perdonaron. Me olvidaron. Pero yo no puedo olvidar y mientras las siluetas estén aquí, el alma se resentirá de indecisión, preguntando su posición y su destino oscuro, prometedor o no, porque ella siempre peca por ansiedad y muere con cada realidad. El orgullo es mi última silueta. Mi única excusa. ¡Salvaje! ¡Ya no sentirás dolor!

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