lunes, 28 de junio de 2010

27

Aquel 27 nací, aunque ya no recuerdo nada. Lloré, creo, como cualquier niño. Llegué haciendo ruido y pienso irme haciéndolo. Inquieto, curioso y molesto me mantuve por un largo tiempo, tal vez hasta hace un instante. Siendo el único niño en una gran familia de personas mucho mayores que yo, fue inevitable desenvolverme traviesamente para llamar la atención. Nadie le advirtió a mi madre que había nacido con una especie de malformación en la garganta llamada “vocíferum” (suena importante así), la cual perseguiría a todos aquellos con oídos normales o sensibles a mi alrededor. O tal vez no tengo oído suficiente para medir mi tono de voz.
Al casi año de vida logré lo impensado: Caminar sobre mis patas traseras. Casi oscilando entre el malabarismo y la locura, emprendí una aventura hacia delante la cual me marcaría por siempre. La emoción duró apenas unos instantes, ya que mi cabeza se encontró con el piso rápidamente, traicionada por su peso. Todo se debió, probablemente, al complot entre ella y mis patas delanteras, quienes no estuvieron ahí para salvarme de la caída fatal. Más tarde culparía a la torpeza. Hoy, a la gravedad.
Llegó mi segundo marzo. Festejos familiares, globos, risas, torta y mucha comida para festejar un cumpleaños del cual no comprendía siquiera que era mío. Caras por doquier y besos reiterados me hicieron entender a temprana altura que mi familia era numerosa. Ruidosa, también. Supongo que serán los genes. Creo que fue cuando realmente me di cuenta en lo que estaba metido.
A los tres años pasé de una jaula a otra llamada jardín. ¿Quién era esa vieja malhumorada que nos hablaba? Poco importa, hasta mis 17 años seguí pensando lo mismo, sólo que con diferentes variantes. Conflictivo de niño pero completamente moderado de adolescente, nunca tuve oportunidad de vivir con excesos. A los 18, ya con trabajo propio en una agencia de medios pude comenzar a desprenderme de a poco y vivir como siempre me habría gustado hacerlo.
Habiendo probado finalmente el sabor de la libertad, de poder ver en el horizonte una forma de vida anhelada, toda mi manera de ver la vida cambió. Mis pensamientos políticos, en un principio de derecha al tener el cerebro lavado debido a tener ancestros militares, cambiaron rápidamente al yo involucrarme muchísimo más en la política y ver la realidad de cerca y no tanto por la televisión. En un puñado de días, toda la crianza exhaustiva que había tenido cambió de rumbo violentamente, convirtiéndome en un ferviente militante de izquierda, siempre reclamando por la libertad de los obreros y los pueblos originarios de los cuales cada día me siento más hermano.
Pero no fue suficiente. Necesité expandirme en todo lo posible para enriquecerme como persona y abrir mi mente. Así fue como comenzó mi búsqueda por la identificación con la música, camino que terminó siempre girando en torno del rock y sobre todo, de Norberto “Pappo” Napolitano. Sí. A mí me gusta el rock, el maldito rock, como dice La Renga. Mi necesidad de expresarme terminó por generar el odio de mis vecinos, hartos de escuchar música alta y amplificadores de guitarra eléctrica al máximo.
Hoy, 2010, tras veinte años de vida, puedo decir que no he aprendido nada. Sigo siendo ruidoso, inquieto, curioso y molesto. Pero si me dieron voz, la pienso usar para que muchos escuchen lo que más odian oír: Que todavía existen personas que aman la libertad y se sienten hermanas entre ellas. Lo que no diga mi voz es porque ya ha habido mentes brillantes que me han superado a mí y a muchos otros con su apabullante sentido común y comprensión de la realidad.

2 comentarios:

R Raggio dijo...

Hola Pá, feliz cumple atrasado.
Como te cabieron las sheets nuevas de Blog eh.
Abrazo, nos vemos por Perú, je.

Ezequiel Nogueira dijo...

El otro día hablaba, literalmente, de viajar a Perú con el Morio, creo.