sábado, 13 de noviembre de 2010

Vos no sabés mentir

Altibajo, leo. Depresión y máscaras. Curioso es despertar y sentir toda la frustración en el rostro. El cuerpo, lleno de peso, no puede evitar seder a una fuerza implacable, capáz de derribar la convicción más firme. Una foto, una palabra y todo por la baranda, pienso en rima. Pero pienso. ¡Cuánto daría por no pensar siempre! Eso le digo a una amiga. ¡A veces pelear con quien más amamos lastima más que la soledad!, le digo a otra. ¡Se te ve bien!, me dicen. Lo disimulo muy bien, respondo, cerrando casi una serie de mensajes encriptados al entorno. Estúpido resulta crear una cadena de palabras arbitrarias a personas cercanas, o no, como si ellas fueran a descifrarme. Pega con mi locura, o con mi falta de cordura. Tal vez si muriera mañana y todos fueran a un ficticio funeral mio podría existir la remota posibilidad de que eso ocurra, pero hace que mi insanismo suene aun más tormentoso. La realidad es que el maldito celular nunca pesó tanto, el internet tan inútil y la noche más terrible.
"¿Cómo estas?", traicionan mis dedos a mi cerebro. La respuesta no fue menos sofocante.
Pero en todo este embrollo pareciera que mi psiquis pende al compás de un hilo tenáz que tiende a conspirar en mi contra. Me pregunto, entonces, ¿Qué me mantiene todavía con algun vestigio de cordura? La mentira. Sí. Es mi propio engaño lo que me da una adrenalina para procurar seguir con la cabeza en alto. El efecto, como estas líneas sugieren, ya está terminando y descubre detras de un velo un infierno que no es encantador.
Sangrar sobre el teclado parece demasiado fuerte decir. Desahogarme podría ser más preciso. Para mi no quedan pocas caras bonitas ni oportunidades, no hay más. Ningún mensaje se atreve a llegar para sugerirme lo contrario. Ya el whisky no es estrategico. Sólo sirve para atragantarse en desepción.

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